No soy una experta en historia latinoamericana, pero si la memoria no me falla, durante el siglo XX numerosos países de América Latina asistieron a sendas reformas agrarias, vía revolución, vía democrática.
México, Venezuela, El Salvador, Brasil, Chile, Uruguay, Cuba, Guatemala, Nicaragua, Bolivia...
En todos los casos las reformas agrarias permitieron a los Estados ampliar sus potestades sobre las tierras agrícolas. La diferencia la marcó el grado de alcance que tuvieron estas potestades. De expropiaciones a colonizaciones dirigidas, de programas de inversiones a desarrollo de nuevas tecnologías productivas...
Aún así, es real que el problema agrario en estos países de América Latina dista mucho de haber sido resuelto. La reformas agrarias presentaros miles de dificultades que aun hoy no han sido subsanadas. Problemas para legitimar la propiedad de la tierra, falta de fondos que permitan a la población rural lograr un desarrollo sostenible, carencia de marco normativo, etc.
Mientras todo esto sucede, asistimos a una constante destrucción de recursos naturales y a un deterioro ambiental cada vez mayor.
En Argentina no tuvimos ni tenemos estos problemas.
México, Venezuela, El Salvador, Brasil, Chile, Uruguay, Cuba, Guatemala, Nicaragua, Bolivia...
En todos los casos las reformas agrarias permitieron a los Estados ampliar sus potestades sobre las tierras agrícolas. La diferencia la marcó el grado de alcance que tuvieron estas potestades. De expropiaciones a colonizaciones dirigidas, de programas de inversiones a desarrollo de nuevas tecnologías productivas...
Aún así, es real que el problema agrario en estos países de América Latina dista mucho de haber sido resuelto. La reformas agrarias presentaros miles de dificultades que aun hoy no han sido subsanadas. Problemas para legitimar la propiedad de la tierra, falta de fondos que permitan a la población rural lograr un desarrollo sostenible, carencia de marco normativo, etc.
Mientras todo esto sucede, asistimos a una constante destrucción de recursos naturales y a un deterioro ambiental cada vez mayor.
En Argentina no tuvimos ni tenemos estos problemas.
El motivo es claro y sencillo: no tuvimos reforma agraria.
En la mayoría de los casos latinoamericanos, el fin de la reforma agraria fue el de potenciar capacidades productivas y hacer un uso racional los recursos naturales disponibles.
En el caso de Argentina, pensar en una reforma agraria con este fin no sería del todo correcto. Si por poner en pleno funcionamiento capacidades productivas y uso racional de recursos entendemos maximizar beneficios, en nuestro país la reforma agraria no tiene razón de ser. Todo esta hecho. El máximo beneficio se logra en el sentido amplio de la palabra, o en el sentido amplio de lucro (y no voy a meterme con los subsidios que permiten ese lucro...ese sería otro tema, o el mismo pero tocaría de oído).
Pero podríamos pensar que hay gente que no entiende así eso de “potenciar capacidades productivas y hacer un uso racional los recursos naturales disponibles”. Esta misma gente podría argumentar (entre otras cosas) para sostener su postura que potenciar capacidades productivas implica que pleno empleo con salario digno y que hacer uso racional de los recursos es rechazar los monocultivos y el mal uso o falta de inversión en fertilizantes que terminan con el suelo. Esta gente podría pensar que el reordenamiento de la propiedad agraria permitiría hacer frente a los abusos de un sistema que, en el caso de Argentina, lleva casi dos siglos, es decir, desde que nuestro país es país. Y esta misma gente podría pensar que el objetivo de la reforma agraria es la estabilidad, el progreso del país en su conjunto y la justicia social peroncha.
Supongamos que adherimos a este grupo. O al menos simpatizamos con él.
Y supongamos que como adherimos a este grupo y no nos gusta “sólo adherir”, decidimos pensar en una reforma agraria en Argentina, hoy, marzo de 2008.
Casi casi imposible. Es decir, dadas las circunstancias, una reforma agraria en nuestro país en el sentido de expropiación, control estatal y demás, es cuasi improbable.
En ese momento, cuando no sabemos que hacer, porque creemos que las cosas tal como están dadas solo benefician a unos pocos que cada vez se benefician mas, aparece otro grupo.
Nosotros no congeniamos del todo con este otro grupo, pero traen una propuesta. No es una reforma agraria pero de alguna forma permitiría revertir aunque sea mínimamente el estado de cosas. No creemos que acierten en el modo de llevar adelante su propuesta, pero no ofrecemos alternativas. O si las ofrecemos, planteamos que los alcances de la propuesta sean diferenciados, pero no dejan de ser alternativas que se construyen desde el de sentido común y ya.
Y da la casualidad que este grupo tiene bastante más poder que nosotros. O que básicamente tiene EL poder. Y en virtud de que tiene EL poder nada de lo que hace es ingenuo, por lo que pensamos una y otra vez las aristas de su propuesta. Y pensamos que dicha propuesta puede, entre otras cosas, venir a tratar de saldar esa reforma agraria pendiente de la que hablábamos hoy mas temprano. Y nos somos ingenuos, sabemos que detrás de esta propuesta hay mil intereses. Pero quizás vemos mínima voluntad. O algo disfrazado de mínima voluntad.
Y hace tanto que no vemos voluntad...
Entonces decidimos tomar postura porque creemos que potenciar capacidades productivas y hacer un uso racional los recursos naturales disponibles no es solo lucrar; porque creemos que las cosas tal como están dadas no sirven; porque creemos que ya tuvimos suficiente años de abundancia para pocos; porque creemos que la redistribución es necesaria.
Y la postura es la de pensar que la propuesta de este grupo con el que no congeniamos del todo no va a cambiar con 200 años de historia, pero puede poner en jaque privilegios heredados generación tras generación.
Y poner en jaque a grupos tan solidamente consolidados no me parece menos. Y cuando hablo de grupos consolidados no hablo del pobre gaucho que siembra y cosecha a pico y pala el par de hectáreas que tiene.
Quizás nos equivoquemos, pero en este país que se peca por pensamiento, palabra, obra y omisión seria bueno dejar de pecar por omisión.
En una realidad tan petrificada, últimamente suelo pensar que hacer ruido sirve. Aunque sea, para incomodar.
En la mayoría de los casos latinoamericanos, el fin de la reforma agraria fue el de potenciar capacidades productivas y hacer un uso racional los recursos naturales disponibles.
En el caso de Argentina, pensar en una reforma agraria con este fin no sería del todo correcto. Si por poner en pleno funcionamiento capacidades productivas y uso racional de recursos entendemos maximizar beneficios, en nuestro país la reforma agraria no tiene razón de ser. Todo esta hecho. El máximo beneficio se logra en el sentido amplio de la palabra, o en el sentido amplio de lucro (y no voy a meterme con los subsidios que permiten ese lucro...ese sería otro tema, o el mismo pero tocaría de oído).
Pero podríamos pensar que hay gente que no entiende así eso de “potenciar capacidades productivas y hacer un uso racional los recursos naturales disponibles”. Esta misma gente podría argumentar (entre otras cosas) para sostener su postura que potenciar capacidades productivas implica que pleno empleo con salario digno y que hacer uso racional de los recursos es rechazar los monocultivos y el mal uso o falta de inversión en fertilizantes que terminan con el suelo. Esta gente podría pensar que el reordenamiento de la propiedad agraria permitiría hacer frente a los abusos de un sistema que, en el caso de Argentina, lleva casi dos siglos, es decir, desde que nuestro país es país. Y esta misma gente podría pensar que el objetivo de la reforma agraria es la estabilidad, el progreso del país en su conjunto y la justicia social peroncha.
Supongamos que adherimos a este grupo. O al menos simpatizamos con él.
Y supongamos que como adherimos a este grupo y no nos gusta “sólo adherir”, decidimos pensar en una reforma agraria en Argentina, hoy, marzo de 2008.
Casi casi imposible. Es decir, dadas las circunstancias, una reforma agraria en nuestro país en el sentido de expropiación, control estatal y demás, es cuasi improbable.
En ese momento, cuando no sabemos que hacer, porque creemos que las cosas tal como están dadas solo benefician a unos pocos que cada vez se benefician mas, aparece otro grupo.
Nosotros no congeniamos del todo con este otro grupo, pero traen una propuesta. No es una reforma agraria pero de alguna forma permitiría revertir aunque sea mínimamente el estado de cosas. No creemos que acierten en el modo de llevar adelante su propuesta, pero no ofrecemos alternativas. O si las ofrecemos, planteamos que los alcances de la propuesta sean diferenciados, pero no dejan de ser alternativas que se construyen desde el de sentido común y ya.
Y da la casualidad que este grupo tiene bastante más poder que nosotros. O que básicamente tiene EL poder. Y en virtud de que tiene EL poder nada de lo que hace es ingenuo, por lo que pensamos una y otra vez las aristas de su propuesta. Y pensamos que dicha propuesta puede, entre otras cosas, venir a tratar de saldar esa reforma agraria pendiente de la que hablábamos hoy mas temprano. Y nos somos ingenuos, sabemos que detrás de esta propuesta hay mil intereses. Pero quizás vemos mínima voluntad. O algo disfrazado de mínima voluntad.
Y hace tanto que no vemos voluntad...
Entonces decidimos tomar postura porque creemos que potenciar capacidades productivas y hacer un uso racional los recursos naturales disponibles no es solo lucrar; porque creemos que las cosas tal como están dadas no sirven; porque creemos que ya tuvimos suficiente años de abundancia para pocos; porque creemos que la redistribución es necesaria.
Y la postura es la de pensar que la propuesta de este grupo con el que no congeniamos del todo no va a cambiar con 200 años de historia, pero puede poner en jaque privilegios heredados generación tras generación.
Y poner en jaque a grupos tan solidamente consolidados no me parece menos. Y cuando hablo de grupos consolidados no hablo del pobre gaucho que siembra y cosecha a pico y pala el par de hectáreas que tiene.
Quizás nos equivoquemos, pero en este país que se peca por pensamiento, palabra, obra y omisión seria bueno dejar de pecar por omisión.
En una realidad tan petrificada, últimamente suelo pensar que hacer ruido sirve. Aunque sea, para incomodar.
P/D no es que me quiera atajar, pero cabe la posibilidad que mañana no piense NADA de esto. Pero acá puedo escribir lo que se me canta, así que así fue, a mano alzada.
De hecho, me gustaria que alguien me explique posta todo esto, porque lo mío es puro Clarín, sentido común y habladuría barata.
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