Y entonces un día te acostás con dolor de cabeza y te levantás sin ver con el ojo derecho.
Así, de prepo.
Así, de prepo.
Y ves a un médico, a dos, a tres.
Y te hacen un estudio. Dos. Tres.
Y te llenan de corticoides. Por las dudas.
Y seguís sin ver del ojo derecho.
Y te dan dos posibles diagnósticos.
Y uno de ellos hace que solamente pienses en el Negro Fontanarrosa.
Y te da miedo.
Y te da miedo.
Y te hacen otro estudio.
Y te dan un diagnóstico, que hace que dejes de recordar al Negro de la única forma que no hay que recordarlo.
Y el miedo cede.
Y el miedo cede.
Pero seguís sin ver bien con el ojo derecho.
Y te hacen otro estudio.
Y te dicen que sigas con los (benditos, sin ironía) corticoides.
Y que vuelvas en dos semanas para más estudios.
Y que trates de hacer la vida más normal posible.
Y que te lo tomes con calma.
Y vas mejorando.
Y vas mejorando.
Pero seguís sin ver bien con el ojo derecho.